30/08/2025
Te encomiendan custodiar tu hogar; no solo una ciudad ni un planeta, sino un sistema solar entero… sin vías de escape y con recursos mínimos.
Te entregan unas cuantas naves anticuadas y una sola orden: sostén la línea.
Entonces, una civilización enemiga salta directo a tu espacio, convencida de que no tendrás con qué defenderte.
Y sabes que, si caes, nadie más podrá detenerlos.
Los carbineros anfibios del mundo Rýbor —así los llamaban— no tenían la fisiología ideal para fumar cuando estaban bajo estrés.
Como ciertas ranas, absorbían gran parte del aire por la piel; si querían sentir los efectos de un ci******lo debían encerrarse en un cubículo cuasi hermético, saturado de humo.
La logística lo volvía un hábito poco popular entre los rýboritas, a diferencia de otras especies.
Aun así, la Gran Mariscal Alera Juvat había sido joven, y en sus días de cadete adquirió gusto por el humo pasivo en cubierta.
Alera ya no era la novata que fue, ni estaba rodeada de sus viejos camaradas, pero cada vez que la situación se tensaba y el mando recaía en ella… ¡cómo envidiaba a su yo del pasado!
Se humedeció las membranas oculares —gesto rýbor que equivalía a fruncir el ceño en los humanos—.
Como Gran Mariscal, era responsable de la presencia militar de todo el sistema de Heliant; un eslabón clave del entramado bélico de Rýbor.
Y ese eslabón, por cierta necedad estratégica, había quedado aislado de los mundos centrales, cortado por una maniobra enemiga tan audaz como descaradamente obvia.
Los Vesh, en general, no tenían fama de grandes guerreros.
Su fisiología presentaba un umbral de choque muy alto: un golpe serio podía dejarlos fuera de combate, como un caballo con la pata rota.
Eran cuerpos esféricos y peludos sobre cuatro patas, con la boca en la parte inferior y cuatro brazos manipuladores muy flexibles.
Rodeando la esfera, ocho ojos miopes apenas detectaban movimiento; su visión real provenía de una ecolocación refinada: órganos sensibles, como oídos-labio, alrededor de la boca.
Algunas especies consideraban sus bocas… inquietantes.
Producían un ping mientras comían o bebían, y esos oídos-labio convertían el eco en “imágenes” muy precisas.
Veían mejor que la mayoría con ese sistema, pero eran extremadamente vulnerables a la sordera.
La posición de sus sentidos, la rigidez relativa de sus brazos y su desplazamiento limitado hacían del cuerpo a cuerpo algo poco práctico para los Vesh.
Si en su mundo hubieran evolucionado ciertos depredadores, tal vez no habrían alcanzado la civilización espacial.
Pero sobrevivieron.
Y cuando la guerra se trasladó a colosos estelares y enjambres de drones industriales, el combate se volvió, de pronto, viable para ellos.
En resumen: los Vesh se habían envalentonado; y ahora los rýboritas pagaban la factura.
Los rýboritas tampoco eran una especie marcial por excelencia; pero, a diferencia de los Vesh, sí poseían historial bélico.
Eran humanoides bajos, robustos, de piel verdosa; ojos y lenguas extensas para cazar insectos en el aire.
Preferían alimentos preparados, toleraban proteínas convencionales, aunque las grasas les sentaban mal, y la comida inmóvil solía parecerles insípida.
Ser anfibios los volvía vulnerables en peleas cercanas: su piel se perforaba con facilidad.
Aun así, habían escalado hasta la segunda división de las potencias galácticas: nada menor cuando algunas superpotencias eran máquinas autorreplicantes hechas para la guerra.
Todo esto es una forma larga de decir que los rýboritas fueron tomados por sorpresa.
Los Vesh anunciaron su plan y, acto seguido, ejecutaron un corte para separar cuatro sistemas frontera de los mundos troncales de Rýbor.
¿Y por qué “anunciaron” su plan?
Porque los Vesh, al declarar la guerra, detallaron su estrategia: dividirse en dos alas, Cisura y Garfio, y golpear Rhaemar y Yoi-III; luego converger sobre Príamo, el más cercano al núcleo rýbor y, por ende, el mejor defendido.
Tomado Príamo, fusionarían fuerzas y marcharían al objetivo final: la colonia sin nombre de Heliant, bajo responsabilidad de Alera.
Ante la información, Rýbor cometió dos errores:
1. Sobreestimó a los Vesh: “no serán tan tontos de atacar donde y cuando lo dijeron”.
2. Subestimó a los Vesh: “nuestras defensas resistirán hasta que lleguen refuerzos”.
Alera pagaba ahora el precio.
Los Vesh irrumpieron con todo contra Rhaemar y Yoi-III, tomaron ambos antes de que el Estado Mayor reaccionara, y sin reagruparse saltaron a Príamo.
Otra embestida directa. Otra victoria antes de que la República de Rýbor articulara una respuesta.
La parálisis rýbor fue total. Desde su perspectiva, los ataques Vesh eran suicidas: no guerra, sino estrellar cuerpos para abrir paso.
Horrible… pero eficaz y carísimo.
En conflictos previos, Rýbor rara vez perdía más del 10% de una flota; los Vesh, tras Príamo, habían perdido dos tercios.
Peor aún: no entendían la posguerra.
Superaban defensas y abandonaban los sistemas, asumiendo que Rýbor los daría por perdidos.
Creían en una guerra “honorable” con reglas implícitas.
Tras fusionar sus dos escuadras maltrechas y apuntar a Heliant, dieron por hecho el desenlace: esperaban una defensa colonial de trámite.
Pero el enemigo siempre tiene voz en tu plan.
Aquí inicia la parte de Alera Juvat.
Pasó a la historia porque se tomó la amenaza en serio.
Heliant apenas era un asentamiento en marcha, ni siquiera autosuficiente; aun así, Alera insistió en una red defensiva equiparable a la de Rhaemar y Yoi-III.
Su terquedad rindió fruto: cuando la fuerza Vesh, exhausta, saltó al sistema… Heliant estaba lista.
La malla de fuego electromagnética dio la bienvenida. Los Vesh aprendieron, violentamente, qué es la guerra de negación.
Ellos contaban con los tres sistemas ricos ya capturados; Heliant sería la exhibición final, contra —según creían— una fragata y tres corbetas.
En cambio, toparon con un crucero escoltado por dos destructores; tres escuadrones de cuatro fragatas (dos para escolta, uno para golpes relámpago) y sesenta corbetas listas para comerse los impactos por sus hermanas mayores.
Y la fuerza colonial original seguía en pie: de antipiratería a guerra abierta sin abandonar su mundo.
En teoría, los Vesh aún tenían número y tonelaje.
En la práctica, la brecha era otra:
moral destrozada, suministros cortos, cascos ardiendo desde el combate anterior y reemplazos agotados.
Los Vesh habían probado ser peligrosos; su cúpula, no tanto.
Tal vez ni siquiera habrían enfrentado a Alera si, en su retirada, el almirante Vesh no hubiese recibido la daga final: Rýbor había retomado Rhaemar y Yoi-III y desconocía cualquier “cesión honorable”.
Dos tercios de su armada… perdidos por nada.
Para Rýbor, los Vesh eran ingenuos.
Para los Vesh, Rýbor era doble cara.
El almirante Vesh decidió no volver con las manos vacías.
Empujó a sus hombres rotos hacia Heliant.
El grupo de Alera estaba en desventaja numérica, pero bien abastecido, reparado y motivado. No podía aniquilar a los Vesh, pero sí sostener la línea.
Y eso hicieron durante tres días y dos noches: infligir más bajas de las recibidas, soportar más daño del devuelto, hasta forzar a los Vesh a ceder, reducidos a la mitad de la fuerza con la que llegaron —apenas un 15% de su número inicial.
Pero los Vesh no se marcharon.
No podían: demasiado mu***os, demasiado perdido, demasiado lejos.
Comenzó el asedio de Heliant.
Bloquearon todo abastecimiento y exigieron que Rýbor respetara la supuesta “guerra honorable” que decían librar.
La Comunidad Galáctica intervino.
No querían Vesh resentidos incendiando el tablero, ni deseaban aislar a la República de Rýbor.
Un tercio de especies hospedaría diálogos de paz, con la misión de educar, negociar y empujar hacia una solución aceptable por la Cumbre Estelar.
Empresa titánica.
Ambos bandos habían sangrado —la guerra la iniciaron los Vesh—, pero la Comunidad tenía un as: la Humanidad.
Nueva, contradictoria, feroz y sorprendentemente sabia.
Neutrales por distancia cultural y geográfica; expertos en guerra por su propia historia de autodestrucción.
Si alguien podía señalar lo absurdo con ejemplos cercanos, eran ellos.
Aunque incluso para diplomáticos humanos, semejante proceso requería tiempo.
Tiempo que Alera no tenía.
Heliant nunca fue autosuficiente; ahora debía alimentar un grupo de batalla.
Tripulaciones bajaban a cultivar, pero las naves debían permanecer tripuladas. No alcanzaba.
Romper el bloqueo sería patear un avispero: de escaramuzas a guerra total.
Entonces llegó la buena noticia:
los humanos organizaron un convoy de socorro.
Solo uno —los Vesh querían mantener la presión—, pero quizá daría un mes: tiempo para exprimir a la colonia hasta rozar la autosuficiencia.
Si ese mes no llegaba…
Un aviso cortó el pensamiento de Alera: la razón de su presencia en el centro de mando acababa de entrar al sistema.
El convoy humano había llegado… y era descomunal.
Alera confirmó dos veces que no se trataba de otra flota Vesh: aquello rivalizaba con un convoy nacional rýbor.
Podía igualar —si no superar— a la marina entera de Rýbor.
Los sensores cantaron: 600 colosos en forma de X, cada uno con 100 contenedores desmontables.
Cada contenedor del tamaño de un campo de fútbol, autónomo, con soporte vital, propulsores, energía e IA básica.
Los humanos armaron eso en dos meses estándar.
Los buques liberaron contenedores en órbita geoestacionaria.
El manifiesto era delirante: ferries de carga, tractores, semillas, pasta nutricional y helado, coches, tornillos…
Algunos contenedores podían desorbitar y aterrizar como plantas industriales o agrícolas completas: almacenes, fábricas, molinos, panaderías, aserraderos, centros comerciales.
El almirante humano incluso bromeó: “también trajimos un Burger King”.
Alera tardó en reaccionar antes de agradecer en nombre de la República.
El humano rió, mencionó ser la tercera entrega de la semana, y saltó fuera de la zona de guerra.
El asedio duró casi tres años.
Rýbor conservó sus sistemas y juró no tomar represalias: los Vesh ya habían perdido demasiado.
Los Vesh, por su parte, recibieron —cortesía humana— un sistema lejano y deshabitado; suficiente para un boom económico que enderezara a su gobierno.
La Humanidad ganó un socio comercial en un rincón sorprendentemente vacío de la galaxia.
Y Heliant… Heliant fue quizá la mayor beneficiada.
Lo que empezó como una colonia de 100 000 rýboritas se volvió mundo próspero.
El excedente poblacional del grupo de batalla y los recursos industriales humanos desataron un salto tecnológico.
Cuando la guerra concluyó, Heliant rivalizaba con los sistemas más desarrollados que los Vesh habían codiciado.
Décadas después, su proximidad a los Vesh —ya socios imprescindibles del aparato militar rýbor— la convirtió en uno de los nodos clave del sector.
Permaneció sin nombre mucho tiempo: Alera insistía en bautizarla por el almirante humano del convoy, mientras la mayoría quería llamarla Alera.
La ironía la salvó: un enjambre de drones fuera de control ignoró el sistema por figurar como “valor cero” en su base de datos.
Pero esa… es otra historia.