25/05/2025
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Juchitán de Zaragoza, en el corazón del Istmo de Tehuantepec, está por despedir mayo, ese mes vibrante que en sus calles no conoce el silencio ni la quietud. Aquí, mayo no es solo un mes: es un ritual colectivo, una promesa cumplida, una fiesta que honra el alma zapoteca con música, color y tradición.
Durante semanas, la ciudad ha latido al ritmo de las velas, esas majestuosas fiestas nocturnas que cada sociedad organiza con esmero y orgullo. Bajo la luz de las estrellas, las pistas y salones se visten de gala, y las mujeres —con sus huipiles bordados con hilos de historia y flores— bailan al son de la música regional, mientras los hombres acompañan con paso firme y mirada encendida. En cada vela se honra la memoria, la identidad, la fe.
Y como preludio de esas noches resplandecientes, llega la regada de frutas. Carros y carretas adornadas con flores, papel picado y alegría desbordante recorren las calles lanzando frutas, dulces y pequeños obsequios a la multitud. Es un acto de generosidad que revive la abundancia del campo, el cariño del pueblo y el deseo de compartir lo bueno de la vida. Todo se lanza al aire como una bendición que cae sobre manos extendidas, sonrisas abiertas y corazones dispuestos a celebrar.
Así, Juchitán vive su mayo más profundo. Con cada vela y cada regada de frutas, reafirma su espíritu indomable, su pasión por la vida y su amor por las raíces que lo sostienen. Porque aquí, donde el calendario se llena de fiesta, la cultura no se celebra: se vive.
¡¡Viva San Vicente Ferrer!!
¡¡Viva el Istmo!!
¡¡Viva Juchitán y sus Auténticas Velas!!