
11/07/2022
Por la mañana, vinieron los colibríes y los pájaros... Quién pudiera saber si el espíritu de Yarince habita al más rápido de ellos, al que vuela buscando polen con el piquito alzado. De todos es sabido que los guerreros regresan como colibríes a volar en el aire tibio.
¡Ah! Yarince... Nos sentábamos a la orilla del fuego en silencio, observando las llamas hacerse y deshacerse; su centro azul, sus lenguas rojas mordiendo el humo, llenando el aire de latigazos cálidos. Tan largas aquellas noches silenciosas agazapados en las entrañas selváticas de las montañas, escondiéndonos para la emboscada. No se atrevían a seguirnos los españoles...
Vos me abrazabas en medio de aquellas descargas atronadoras. Me ponías las manos sobre los oídos, me acurrucabas en el espesor de los arbustos, me ibas calmando con el peso de tu cuerpo haciendo que olvidara la cercanía de la muerte sintiendo tan cerca la palpitación de la vida; tu cuerpo refugiándose en el mío hasta que el ruido de nuestros corazones era el estrépito más sonoro del monte.
¡Ah! Yarince y quizás todo fue en vano. ¡Quizás no queda ya ni el recuerdo de nuestros combates!
Gioconda Belli - La Mujer Habitada. Cap. 4